Ambas maneras de manejar la rabia son peligrosas: La primera porque explota, atropella y termina dejando a todos aniquilados. Como en un campo de batalla donde la intención es aniquilar y no solucionar, y así creer que es una salida.
La segunda porque tiene el componente del engaño, no decimos ni hacemos nada para solucionar y hacemos creer que no pasa nada. No aceptamos que quedó una rabia por expresar y la guardamos como un tesoro hasta que algún día explota o aparece un síntoma. Es en el fondo un autoengaño: una rabia diseñada para que “no se note”, convencidos de que es inocua, sin reconocer el veneno que hay en mí, esa necesidad de venganza. Y en verdad quien sufre soy yo mismo.
¿Qué hacer entonces?
Ni explosivos ni resentidos. Necesitamos aprender a expresar lo que sentimos. A la rabia hay que permitirle su expresión: de manera adecuada, con palabras precisas, en el momento oportuno y en el lugar adecuado. La rabia hace parte de nuestro repertorio emocional y nos ayuda a movilizar al cambio. La tarea es trabajar en nuestro autoconocimiento, en nuestra forma de comunicarnos y en la manera de llevar las relaciones sociales. Es conectarnos con nuestro sistema de información interno diseñado como una GPS, un aliado para descubrir lo que nos gusta, lo que no nos gusta y para lograr lo que nos proponemos.
De esta manera no sólo aceptamos la rabia, aprendemos a expresarla y a descubrir su importancia en el crecimiento hasta que algún día tal vez no la necesitemos.
Mi respuesta es que hasta ahora NO ha sido fácil aceptar la rabia, por todo lo que anteriormente sucede.